En un lugar de ensueño...

domingo, 12 de enero de 2014

Tübingen: la ciudad de chocolate

Llevaba tiempo queriendo escribir esta entrada, pero no me he puesto a ello hasta hoy, que he podido sacar un momento para seguiros contando mis escapadas erasmusiles. Fue el primer fin de semana de diciembre. Ya ha pasado un mes. Pero eso no quita que merezca la pena contarlo, pues fue un día inolvidable, intenso, con sus propias anécdotas y, sobre todo, un día que hay que marcar en el calendario como el día en que una amante del chocolate como yo (tze, en su medida) acabó harta de tanto dulce. Aunque al día siguiente volví a caer.

El día empezó pronto para poder coger un tren que nos llevaría primero a Stuttgart y luego otro para Tübingen, al sur de Stuttgart. Billete comprado y todo en regla y según lo planeado. Excepto que nos metimos en el único tipo de tren en que los billetes grupales que habíamos comprado no valían.

En Alemania el transporte público está genial para viajar en grupo y en fin de semana, hay varias ofertas para que salga más barato, como el Schönes-Wochenende-Ticket, un billete que te permite viajar por toda Alemania durante un fin de semana entero, con tantos viajes como quieras. Pero hay que tener en cuenta que solo valen para los trenes regionales, y no para un europeo que iba a Budapest aunque parara en Stuttgart. Pues ese fue el que cogimos.

Entramos al tren y todo parecía in Ordnung. Los camarotes nos impresionaron, y Katia no pudo evitar emular a Hermione cuando ésta entra en el camarote de Harry y Ron y pregunta: "¿Alguien ha visto un sapo? Un chico llamado Neville lo ha perdido".

La gracia nos duró poco. Vino el revisor, y nos dijo que no podíamos viajar en ese tren con nuestro billete. Nosotras insistimos en que nos habíamos equivocado y que si podríamos bajarnos en la siguiente estación. Pero él, terco como una mula (hijo de una hieeeeeena) nos hizo pagar 30€ a cada una como penalización. Una y no más, aunque agradecimos que una señora alemana nos defendiera.

Llegamos a Tübingen con un poco de dolor en el bolsillo y habiendo maldecido a aquel revisor de toda manera posible.

Primera parada: Epplehaus. Es lo que un vasco llamaría un gaztetxe. Una casa que se utiliza como lugar de encuentro para jóvenes; se organizan actividades, conciertos y fiestas. Nos llamó la atención por las pintadas de las paredes.


Teníamos que ir acercándonos al centro desde la estación, y por el camino nos encontramos con que el río Neckar (que casualmente también pasa por Heidelberg) topa con una bifurcación para luego juntarse otra vez. La zona que queda rodeada por el río, una isleta en medio de la ciudad, se llama Platanenalle. Sí, como lo oís, Platanenalle.


La zona del río es preciosa como podéis observar, igual que las vistas desde el puente que cruza el Neckar.


Al entrar al centro, nos prendamos de los gorros con motivos de animales. No sé si lo habéis visto en alguna otra foto, pero yo ya tengo el mío, que me lo traje de Varsovia (Polonia).


Al entrar en la Parte Vieja me acordé de lo que me había advertido mi compañera de piso alemana el día anterior, ya que había estado estudiando en Tübingen. "Ya verás, mientras que Heidelberg es plano, Tübingen es como una montaña rusa. Las calles van arriba y abajo, arriba y abajo, arriba y abajo. Y si vais al castillo, solo arriba". Danke sehr, Vera.


¿Por qué Tübingen precisamente ese fin de semana? ¡Chocolate! Cada año, la primera semana de diciembre tiene lugar la feria de chocolate más grande de Alemania, y es en Tübingen. Claramente, no nos lo podíamos perder por nada.

Por este motivo, muchas de las tiendas regalaban pastas y chocolate. Tan pronto como poner un pie en la Parte Vieja, nos dieron una especie de rosquilla cubierta de chocolate. Yummy!


Otra calle hacia arriba.


A puntito de entrar al mundo del chocolate. Ni nos imaginábamos lo que nos esperaba ahí dentro.



Y, ¡empezamos! Solo disfrutad de las fotos mientras se os cae la baba.








Toda la ciudad repleta de puestos de todo tipo de chocolate, incluso africano. Pienso que lo mejor de todo era que si te acercabas a un puesto a mirar, te daban algo de chocolate para probar, así que nos hartamos a dulces sin tener que pagar mucho. Yo solamente compré algún que otro regalo para traerme a casa, como por ejemplo unos alicates de chocolate negro para mi abuelo.

Y no, ninguna acabamos con sobredosis de azúcar, aunque por si las moscas ahí estaba la Cruz Roja alemana. Es una suerte que el número también sea el 112.



Así pintaba el mercado en la plaza de Am Markt. Después de unas horas parándonos cada dos metros para observar las delicias que había, nos dispusimos a dejar el mercado para subir al castillo que mira a la ciudad.



Vamos chicas, ¿un descansito?


Más arriba. ¿Más? Sí, aún más.


¿Otro descanso? Foto Los Serrano.


Y después de subir unos cuantos metros cuesta arriba, al fin llegamos a la entrada del castillo: Schloss Hohentübingen.


Al estar tan arriba, se ve toda la ciudad de Tübingen. Nos tomamos un cuarto de hora para admirar las vistas.



Dentro del castillo también hay unas vistas preciosas.


La explicación de esta foto... Bueno... Em... Nada, no tiene explicación razonable, solo que nos gusta hacer el tonto.


Y adivinad qué encontramos. ¡La caseta de Hagrid!


Aunque se haga llamar castillo, hoy en día se utiliza como parte de la Universidad de Tübingen, principalmente para carreras de Humanidades. Además de jardines con vistas increíbles a la ciudad, cuenta con un patio interior con una estatua de un busto tal que así.


La bajada fue más amena que la subida. Estaba anocheciendo poco a poco y las luces que adornaban las calles empezaron a encenderse.


¡Tintín!


Paseando por el mercado y por las calles escondidas de Tübingen, nos encontramos con una batucada en mitad de la calle, ¡pero de Papás Noel! A ver, hay que admitir que los alemanes son sosos. Sonreían y se movían un poco al ritmo de los tambores, pero un poco más de garbo señores, más marcha. Tuvimos que seguir andando para poder ver más de Tübingen, así que para dar una alegría a los que tocaban, nos fuimos haciendo la conga.


Aaaarrrr!


 





Sabíamos que al hacerse de noche proyectaban luces en los edificios de la plaza principal, así que decidimos quedarnos hasta que anocheciera (lo que vienen a ser las seis de la tarde como muy tarde). Así lucía Kirchgasse de noche.


Para terminar, una frase que vimos pintada en una pared y nos encantó, "These moments will be stories some day" ("Estos momentos serán historias algún día"). Por suerte, la historia del tren no se repitió y tardamos unas dos horas y media en volver, una hora más que al ir, ya que tuvimos que coger la única combinación de regionales que era posible. Llegamos reventadas, pero mereció la pena.


Un brindis (de chocolate caliente a la taza) por este día.



Auf Wiederschreiben!

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