¡Hola!
(No hay respuesta)
¡Hola!
(Ni siquiera una ráfaga de viento, ni un eco que tape el silencio)
¿Hola?
Vale, está bien, dejaré que me echéis la bronca. Soy muy consciente de que llevo unas tres semanas sin publicar nada y creedme cuando digo que no es algo que me guste precisamente, puesto que cuando comencé con el blog uno de mis objetivos era, además de contar cómo es mi vida ahora que vivo en Heidelberg y los viajes que voy haciendo de aquí para allá, ser constante y mantener el blog al día. Pero no siempre es posible. El trabajo se me acumula. En definitiva, para tener algo que contar ese algo tiene que suceder. Bien, pues usaré este argumento a mi favor: estas semanas he estado inmersa en la fase de documentación. Por favor decidme que cuela. Sí, ¿verdad? Estupendo.
Primer punto del día: ¡mi blog tiene una nueva amiga! Se trata de Pilar, una malagueña que estudia TeI en Heidelberg y que, igual que yo, al venirse decidió que todo lo que pasa por aquí es digno de ser transmitido a futuras generaciones del homo erasmus heidelbergensis. O a todo al que le interese. Os recomiendo que os paséis por su blog, aquí os lo dejo.
Segundo punto del día: ¡he descubierto mi segunda vocación! Se trata de la repostería. Desde pequeña me ha encantado la repostería. Cada vez que teníamos alguna comida familiar en casa mi madre se encargaba de darle un toque dulce al menú y decoraba la mesa con una tarta de queso, una tarta de manzana, un pastel, un bizcocho, un flan de huevo, unas natillas caseras con galletas María. Creo que aquel era el momento que más me gustaba de la comida familiar, el momento del postre. O las croquetas de mi abuela, que normalmente no faltan como entrante cuando la comida familiar tiene lugar en mi casa. Es difícil decantarse por uno o por otro.
Que by the way ya estoy casi preparada para convertirme en abuela profesional: ya sé hacer croquetas y me salen riquísimas (esto no lo digo yo, lo dice mi hermano, en cuyo caso se puede dar por verdadero, true fact, que algo está rico. O lo dice Michael, que le encantó que Cristina y yo le obligáramos a aprender a hacer croquetas para que cuando volviera a Australia pudiera hacérselas él mismo y, como él nos dijo, visitar el cielo de vez en cuando).
Con la misión de dominar el arte de las croquetas completada, me tocaba probar más cosas dentro de la repostería. En mi casa es mi madre la que suele hacer tartas, yo soy la de los bizcochos normalmente. Pero desde que estoy en Alemania he tenido la suerte de rodearme de gente que les gusta cocinar y hacer postres, y hemos dedicado muchas cenas y tardes a probar recetas nuevas o tradicionales como la tortilla de patatas (la semana pasada fue la tercera vez que conseguí darle la vuelta yo sola y con éxito a una tortilla, ¡bingo!). Así que cuando me llegó una invitación de un evento que se había organizado para estudiantes internacionales donde nos enseñarían a hacer la tarta típica de la región de Baden, no pude decir que no.
Se trata de la Tarta de la Selva Negra, Schwarzwälder Kirschtorte. Dicha tarta ya la había probado en la excursión a la Selva Negra y a Freiburg, y ya mencioné que no me había hecho demasiada gracia, que me resultó bastante empalagosa. Pero aun así quería aprender a hacerla, pues a la gente le suele gustar mucho.
Habíamos quedado en casa de Katja a las 7 de la tarde. Me alegré cuando me dijo que vivía en la misma zona que yo, a unos pocos metros de mi edificio. Salí de casa y en pocos minutos ya estaba en su puerta junto con otros estudiantes de diversas nacionalidades. Y como no podía ser de otra forma, también estaba allí Iñigo, que está hasta en la sopa (va con cariño Iñigo, ¡pero hijo mío te veo en todas partes!).
La anfitriona nos recibió con una gran sonrisa y lo primero que hizo fue hacernos entrega oficial de la receta, que la había imprimido para todos los participantes. Ojo al dato, la receta que nos preparó es la de su abuela. Todo un privilegio.
Lo tenía todo listo, incluso un bizcocho de chocolate para hacer la base y las capas de la tarta. Una vez que la base de bizcocho está hecha, lo único que hay que hacer es elaborar las distintas capas e ir combinándolas en este orden: base, cerezas, nata, base, cerezas, nata, base, decoración. Nos dividió en pequeños grupos para que cada grupo se encargara de una parte.
Lo primero que había que hacer era cortar el bizcocho de chocolate en tres rodajas. La parte de arriba también se tenía que trabajar un poco, ya que tenía que quedar lisa y todos sabemos que un bizcocho crece durante la cocción. Así que empezamos por cortar lo que había que cortar y comernos la parte que sobraba. Es un buen comienzo, ¿no creéis?
Después, había que pincelar las rodajas de bizcocho con licor de cereza. De esto se encargó Enes.
Mientras tanto, utilizamos la máquina milagrosa de hacer nata que tenía Katja, así que solo había que esperar a que la nata se hiciera sola. Hablamos y hablamos y hablamos (en alemán, por supuesto).
Para entonces el preparado de cereza ya estaba listo. Teníamos las tres capas listas para empezar a hacer la tarta. La base en el molde y Aaron fue el encargado de poner la primera capa del preparado de cereza. Yo fui la siguiente, me tocó cubrir el preparado con una capa de nata mientras Anna me sujetaba el cuenco.
Después otra base, más cereza, otra capa de nata y la última rodaja de la base. El último toque se la dio la anfitriona: decoración de nata, cerezas y chocolate.
Fácil y simple. Aquí está el resultado.
Y como mandó la anfitriona, ¡¡¡¡¡a comeeeeer!!!!!
Si alguien quiere hacer esta tarta, que me lo diga, no tendría ningún inconveniente en mandársela e incluso traducírsela. De verdad que creo que es una tarta que hay que probar, una tarta típica y tradicional que una abuela alemana haría en Navidad para sus nietos.
Auf Wiederschreiben!
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