Esta semana mi compañera de piso alemana me ha sorprendido comprándose un hámster al que ha llamado Jakob. Nunca pensé que empezaría un artículo de este modo, pero lo tenía que decir. Fue una de las cosas que me alegró en mi fin de semana en casa, había que reposar para coger la semana con fuerzas después del catarro que me pillé. Más aun con el proyecto masoquista que llevé a cabo para celebrar el Día Internacional del Euskera. Este lunes, martes y miércoles he estado ocupadísima con las clases y el artículo y el video que preparamos Maialen y yo. Y más aun teniendo mi primer examen de la universidad, que lo he hecho hoy, y ha sido un éxito. Veremos si el resultado también lo es.
Ach so, ¡hoy es San Nicolás! Un día en el que los alemanes tienen por costumbre regalar chocolate, nueces y/o mandarinas. Puede que a alguien le caiga algo hoy.
Sí, sí, ya voy al grano. En la penúltima entrada os hablé del Heidelberger Weihnachtsmarkt y comenté que nos encontramos con una pista de hielo en medio de Karlsplatz. Bien, pues hicimos plan para el día siguiente para ir a patinar.
Hicimos una parada para comer en uno de los puestos del mercado. Tenía mucho frío, así que, como no me gustó nada el Glühwein que probé el día anterior, decidí ir a por un chocolate caliente. Para mi sorpresa, me dieron el chocolate en la taza que llevaba queriendo desde que abrieron el Mercado de Navidad y que creía que solo daban con el Gühwein. Con una gran sonrisa, me bebí el chocolate y la taza fue directa al bolso. Ahora decora mi estantería. Dios, mi cara de frío en la foto. Parezco nuestro homeless.
Con las manos calentitas, quedamos en que Cristina, Maialen et moi nos juntaríamos en la pista con Katia, Rocío y Michael. Como llegamos antes que ellos, nos empezamos a preparar para el evento para ahorrar tiempo. Estaba emocionada por entrar en la pista, hacía unos tres años que no iba a patinar.
Ir a patinar sobre hielo solía ser un imprescindible de las dos semanas que paso en Donostia cada verano. Mi hermano Aritz y yo reservábamos una o dos mañanas para ir al Palacio de Hielo. Una lástima que empezaran a cerrarlo en verano. Mi cara lo dice todo, ¡entremos a la pista a la de ya!
Llegaron Katia y Rocío. Poco a poco íbamos cogiendo más soltura en la pista. Se podría decir que se trataba de una pista de patinaje y pista de baile a la vez, ponían buena música. Tampoco era muy grande, pero había suficiente espacio para no chocar con la gente. Sobre todo había niños. In fact, creo que aquella tarde fuimos niños grandes. Aquí una foto de las niñas.
Abrazooooooowwwwwwwrrrrrrr.
Hubo un momento en el que un grupo de niños de entre 4 y 5 años invadió la pista. Las monitoras les iban explicando cómo patinar, pero claro, no se puede esperar mucho de un niño tan pequeño: pasaban más tiempo en el suelo que de pie. Puede sonar un pelín cruel, pero no podíamos parar de reír al verlos caerse cada tres segundos, más aun siendo tan bonitos, tan rubios, tan alemanes, tan de ojos azules, tan con los mofletes rojos. Aix. Algunos se dejaban ayudar por una figura de un pingüino. Se sujetaban al manillar y así se deslizaban teniendo siempre un punto de apoyo para ayudarlos a no caerse. Pero no, a estos de 4 y 5 años les iba el riesgo, la adrenalina.
También llegó Michael.
Michael, ¿es eso lo que creo que es? ¡Un pingüino que está libre! ¡Sácame una foto! ¡Sácame una foto! Pues nada, me sacó una foto con el pingüino y al milisegundo se empezó a reír. Fue entonces cuando me di cuenta de que tenía un niño alemán rubio de ojos azules y con los mofletes rojos mirándome fijamente. Le pedí que posara para que Michael nos sacara una foto. Me emocioné antes de tiempo, pues para cuando me di cuenta el niño ya se había escapado con el pingüino. El gozo en un pozo. Jopetas.
Por muchas caídas que vimos, ninguno de nosotros probó el hielo. La tarde fue genial, y como recompensa nos comimos una crepe de Nutella. Nos lo teníamos merecido. Creo que repetiré otro día.
Auf Wiederlaufen!
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