Nach und nach mi aventura se va estabilizando, en su sana medida, y los días de escapadas, excursiones y fiesta se están limitando. Ya hace un mes que he empezado las clases en la universidad, y he llegado a ese punto en la vida de todo estudiante en el que una se da cuenta de que la ropa se plancha sola si le coges el truco al tendedero. Barkatu, ama, baina hein handi batean horrela da. Y, ¡conseguí una ganga de aspiradora! No me pararé a comentar mucho sobre mi día a día, puesto que tengo planeado dedicar otra entrada a describir cómo es mi vida en Heidelberg. Hoy es el turno de Schwarzwald (Selva Negra) y Freiburg.
Antes de comenzar, me gustaría comentar que estoy orgullosa de la pared de mi habitación, que poco a poco se va llenando de postales de todos y cada uno de los sitios que he visitado. Un día alguien me dijo que solo era postureo Erasmus, pero lo hago en mi casa y lo seguiré haciendo mientras esté aquí. Y sí, el peluche era necesario, que es especial para mí y le tengo mucho cariño.
Prueba irrefutable de la visita de Irene la semana pasada.
¡Y aquí están Schwarzwald y Freiburg, debajo de la postal de Varsovia!
Abajo a la derecha, Strasbourg. Os adelanto que la siguiente entrada será esta.
Bien, siguiendo el concepto de puntualidad y me-levanto-con-el-sol-para-aprovechar-el-día de los alemanes (que casualmente mi padre tiene el mismo concepto), pues no podía ser de otra manera, salimos de Bismarckplatz a eso de las 7:30. A nadie se le ocurrió aparecer a las 7:31, por si las moscas. Tras dos horas de viaje en autobús y unas cabezaditas apoyada en el cojín que encontré encima de mi asiento, empezamos a ver cómo el paisaje se volvía tan verde que me hizo sentir casi como en casa. Hablando de casas, mirad qué preciosidad:
Un close-up con Cristina.
Por la mañana visitamos el Freilichtmuseum Vogtsbauernhof. ¿Freiqué? Es un museo al aire libre que verdaderamente te hace sentir como si estuvieras en una antigua granja alemana. Creo que vale la pena visitarlo si se está por la zona. Abarca unos seis tipos de granjas e incluye un molino y todo está amueblado acorde con la época correspondiente. Se podía entrar a cualquiera de las granjas, así que nos pasamos la mañana investigando cada rincón.
Y más fotos de las preciosas casas de la zona. Ahora en serio, separad el paisaje de las casas y acabaréis de dar un salto al País Vasco primaveral.
Estas flores se merecían una foto.
Me parecieron muy curiosos los tejados de las granjas. El guía también nos explicó el porqué de la distribución de los pisos. En la planta baja se solían poner los animales, la vivienda estaba en la primera planta y en la última se guardaba la comida que comían los animales. Estaba estratégicamente pensado para que el calor corporal de los animales calentara la vivienda (culturilla general, el calor va hacia arriba), y la comida estaba en la última planta porque era la parte más seca de la casa y para que no dejara escapar el calor, es decir, aislara el calor. Mira que no haberme puesto a pensar en eso teniendo mis abuelos un caserío. En fin. Otra foto chula para compensar mi lapsus de incultura.
Exploring. Me sentí tan oilarahihú mientras caminaba por el campo y observaba las granjas...
Volvimos a coger el bus para desplazarnos hasta Freiburg. De antes ya me habían comentado que era una ciudad preciosa y con mucho ambiente, pero estaría bien comprobarlo, pensé. Lo dicho, preciosa y con mucho ambiente.
Antes de adentrarnos en la ciudad comimos, había que recargar pilas para seguir explorando. Hicimos tributo al bocadillo de tortilla de patatas, bocadillo oficial de las excursiones por excelencia, desde que las madres existen. Unos minutos al sol y comenzamos con Münsterplatz, una plaza que rodea la Catedral de Freiburg, de estilo gótico. Justo el día que fuimos había mercado, así que dimos un par de vueltas para contemplar los puestos que había.
¡Foto en grupo, chicos! Pasamos por debajo del arco y salimos a esta plaza tan encantadora. Me quedé con ganas de un helado mientras paseábamos. Schade.
Si se dirige la vista al suelo para que los ojos descansen de la belleza de los edificios que rodean la plaza del Nuevo Ayuntamiento, una se da cuenta de que hay un círculo de escudos de las ciudades hermanadas, entre los que está Granada. Komisch.
Nos paramos a descansar un rato después de que unos estudiantes de odontología nos pararan y nos invitaran a unirnos a su fiesta al aire libre. Estaban celebrando las novatadas; vimos cómo los estudiantes de primero tenían que hacer carreras de sacos o ir desnudándose para hacer la línea más larga con su ropa. Fue... ¿entretenido?
Sí, bueno, a alguien que sabe que me encantan las ardillas se le ocurrió informarme de que había visto una en un árbol que estaba bastante lejos. No me importó caminar, pero me sacaron una foto a traición. Muy bonito.
Vuelta a la carga. Me encanta esta foto, es una de mis preferidas de toda la excursión. Martinstor. Es una de las dos entradas más antiguas de la ciudad después de su fortificación en la época medieval. Tiene su encanto caminar hacia ella.
A medida que nos alejamos un poco del centro, llegamos a una zona más tranquila. Las calles eran muy coloridas y las terrazas de los restaurantes... ¿se me permite describirlos como cucos? Perfectas para una cena romántica, venga, me pongo ñoña.
Con tanto restaurante y tanta cafetería, no nos podíamos quedar atrás. Nos sentamos en una terraza y probamos la especialidad de la región: Schwarzwaldkuchen. Tenía muy buena pinta, pero la combinación de cereza y chocolate no me acabó de convencer. Estaba bien para probarlo, pero era bastante empalagoso. Algo más que ya he probado. Tick en la lista.
Nos lo ganamos. Estuvimos sentados tranquilamente hasta que llegó la hora de volver a Heidelberg, que ya se está convirtiendo en mi segunda casa. Nos pasamos el viaje con adivinanzas y juegos. Pensando y pensando, entre paranoias y risas. Y una vez más, habiendo disfrutado de un día estupendo en mejor compañía.
Que no me olvide del cartel que vimos. Os suena, ¿verdad?
Auf Wiederschreiben!
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