Salí del bus a medida que las tiendas de Haupstraße empezaban a abrir sus puertas a los turistas japoneses madrugadores que no quieren perder detalle de una ciudad tan enamoradiza como lo es Heidelberg. True fact. Me pregunto en cuántas fotos de turistas japoneses apareceremos, porque no hacían otra cosa que fotografiar el Alte Brücke mientras cada mañana cruzábamos el puente para ir a clase en septiembre. Un mes da para mucho. Incluso me imagino hablando con un japonés dentro de unos años, puede que mencione que estuve un año estudiando en Heidelberg, me diga que él también estuvo de vacaciones, me empiece a enseñar su álbum et voilà.
Las 9 de la mañana. Me conozco y era necesario ir tan temprano: necesito mi tiempo hasta dar con EL regalo. Al final decidí que una bolsa de ositos de gominola personalizada con dedicatoria incluida era un detalle bonito y que, conociéndola, le encantaría.
Por fin llegó el momento de subirme al tren que me llevaría directa hasta Worms. Había comprobado los horarios el día anterior y parece ser que solo se tardan 45 minutos en llegar y hay varios trenes durante el día. Además, y este es un dato importante, la ciudad queda dentro de la zona gratis-con-el-Semester-Ticket-de-RNV.
Hasta aquí todo perfecto, salvo que miré la pantalla de horarios de la estación y no aparecía ningún tren hacia Worms. Resulta que primero hay que coger un tren a Mannheim y una vez allí hay que cambiarse de andén para subirse a otro. Esto lo descubrí preguntando, que es como se llega a Roma. Gracias buen hombre, me salvaste de acabar en un tren a Frankfurt (para colmo me hubiera caído multa).
Nerviosa pero ilusionada a la vez. Un fuerte abrazo y Celinè me presentó a sus padres. Nos dispusimos a ponernos al día mientras comíamos un helado, según ella, el mejor de Alemania. Se podría decir que parte de razón tenía.
Los dos días que estuve hice vida con ella y su familia, que eran encantadores. Hasta me dejaron echarles una mano en la cocina. Chilli Corn y Kürbnissuppe. Hasta tuvimos comida turca para cenar, ya que su padre es de origen turco. Les agradezco su hospitalidad y que hayan tenido tanta paciencia hablando conmigo en alemán.
Celinè fue una guía estupenda. Lo primero que me enseñó de su ciudad fue una piedra que dice que en un principio el Día de la Unidad Alemana era un 17 de junio y no un 3 de octubre, como ahora. Casualmente, el día siguiente era el 3 de octubre.
Como no, una foto juntas después de tres años sin verla, desde que coincidimos en Weymouth. Los giros que da la vida, oye.
Paseando por las calles de Worms llegamos al Museo Judío dedicado a un judío llamado Raschi, quien luchó por los derechos de educación y creó una escuela en Worms durante la Edad Media. Al lado del museo se encuentra la sinagoga, a la que también entramos porque tenía curiosidad de cómo sería.
Seguimos paseando hasta llegar a la Calle Judía. Esta calle era parte del gueto judío que tuvo la ciudad desde la Edad Media hasta la Segunda Guerra Mundial.
Si nos fijamos un poco en el suelo de esta calle, nos encontramos con unas placas que brillan. Son memoriales de las víctimas del Holocausto y cada placa está en un lugar concreto, cerca de la casa en la que la persona memorada vivía.
¡Casas de colores! Ver la vida, color mariposa.
Este edificio me pareció curioso, el Wasserturm. Además de tener una planta circular, cuando fue construida tenía un sistema que hacía que el agua circulara por dentro del edificio, haciendo tributo a su nombre. Desde hace unos años es uno de los edificios más aclamados por la gente para vivir en él. No entiendo quién querría vivir en una casa circular, pero bueno. ¿Cómo cuelgas un cuadro? Y, ¿cómo consigues encajar un mueble sin que queden oquedades? Supongo que tendrán que ir a un IKEA de iglús para amueblarlo.
Por la cantidad de judíos que vivían en Worms durante la Edad Media y la época del gueto, no es de extrañar que el cementerio judío más grande de Europa se encuentre aquí. Se encuentra en perfecto estado ya que no fue destruido durante La Guerra.
Hoy en día judíos de todo el mundo se hacen un hueco para visitar el cementerio.
La razón principal es que en la religión judía la muerte de una persona
es sentida por todos, porque entienden que todos los miembros de su
religión son su familia. Así que dejan una piedra en la lápida de esta
persona para mostrar su pésame y escriben una nota porque sienten que se
trata de un antiguo familiar suyo. Las más populares del cementerio son
las de Raschi y su esposa.
Otra vez de paseo, me encontré una fuente que me gustó mucho.
Al ser una ciudad con rasgos medievales, hubo un tiempo en el que estuvo rodeada de una muralla. Una de las entradas se mantiene intacta.
Un poco más de conocimientos históricos sobre Worms en el Museo St. Andreasstift.
La catedral de Worms, preciosa por dentro. A mi madre le hubiera encantado, con lo que le gustan las iglesias por dentro. Características góticas a cascoporro.
Por si no os habéis dado cuenta, soy esa persona diminuta que está abajo a la derecha. De nada.
Una oportunidad para visitar a una amiga que no veía desde hacía años y conocer una nueva ciudad a la que prometí volver para acabar de verla.
Ahora se explica mejor por qué me dormí a la mañana siguiente, ¿verdad? Vale, admito que hice mal en prometerme que solo serían 5 minutos más antes de coger un vuelo a Varsovia, pero estos dos días agotadores en Worms tampoco ayudaron.
Auf Wiederschreiben!
Entiende lo del LSD, no podía romper con el tono jocoso del resto de la entrada! jajajajaja :)
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