En un lugar de ensueño...

viernes, 25 de octubre de 2013

Escapada a Worms

Un día que empezó más temprano de lo habitual en tiempo de vacaciones. Aún tenía pendiente comprar un regalo de agradecimiento para mi amiga Celinè, que me había invitado a pasar un par de días en su casa. Por tanto, ahí estaba yo en Universitätsplatz, recién salida del autobús que, si hubiese llegado un par de minutos antes a la parada, hubiera sido el que ya he bautizado como "popbus" por lo colorido que es. Un autobús pop art en toda regla. Aunque ahora mismo me gusta más la descripción que le ha dado Iván Torres en su artículo, "un autobús decorado por alguien puesto de LSD". Yo pensando en arte y él en, en fin, otras cosas.


Salí del bus a medida que las tiendas de Haupstraße empezaban a abrir sus puertas a los turistas japoneses madrugadores que no quieren perder detalle de una ciudad tan enamoradiza como lo es Heidelberg. True fact. Me pregunto en cuántas fotos de turistas japoneses apareceremos, porque no hacían otra cosa que fotografiar el Alte Brücke mientras cada mañana cruzábamos el puente para ir a clase en septiembre. Un mes da para mucho. Incluso me imagino hablando con un japonés dentro de unos años, puede que mencione que estuve un año estudiando en Heidelberg, me diga que él también estuvo de vacaciones, me empiece a enseñar su álbum et voilà.

Las 9 de la mañana. Me conozco y era necesario ir tan temprano: necesito mi tiempo hasta dar con EL regalo. Al final decidí que una bolsa de ositos de gominola personalizada con dedicatoria incluida era un detalle bonito y que, conociéndola, le encantaría.

Por fin llegó el momento de subirme al tren que me llevaría directa hasta Worms. Había comprobado los horarios el día anterior y parece ser que solo se tardan 45 minutos en llegar y hay varios trenes durante el día. Además, y este es un dato importante, la ciudad queda dentro de la zona gratis-con-el-Semester-Ticket-de-RNV.

Hasta aquí todo perfecto, salvo que miré la pantalla de horarios de la estación y no aparecía ningún tren hacia Worms. Resulta que primero hay que coger un tren a Mannheim y una vez allí hay que cambiarse de andén para subirse a otro. Esto lo descubrí preguntando, que es como se llega a Roma. Gracias buen hombre, me salvaste de acabar en un tren a Frankfurt (para colmo me hubiera caído multa).

Nerviosa pero ilusionada a la vez. Un fuerte abrazo y Celinè me presentó a sus padres. Nos dispusimos a ponernos al día mientras comíamos un helado, según ella, el mejor de Alemania. Se podría decir que parte de razón tenía.

Los dos días que estuve hice vida con ella y su familia, que eran encantadores. Hasta me dejaron echarles una mano en la cocina. Chilli Corn y Kürbnissuppe. Hasta tuvimos comida turca para cenar, ya que su padre es de origen turco. Les agradezco su hospitalidad y que hayan tenido tanta paciencia hablando conmigo en alemán.

Celinè fue una guía estupenda. Lo primero que me enseñó de su ciudad fue una piedra que dice que en un principio el Día de la Unidad Alemana era un 17 de junio y no un 3 de octubre, como ahora. Casualmente, el día siguiente era el 3 de octubre.



Como no, una foto juntas después de tres años sin verla, desde que coincidimos en Weymouth. Los giros que da la vida, oye.


Paseando por las calles de Worms llegamos al Museo Judío dedicado a un judío llamado Raschi, quien luchó por los derechos de educación y creó una escuela en Worms durante la Edad Media. Al lado del museo se encuentra la sinagoga, a la que también entramos porque tenía curiosidad de cómo sería.



Seguimos paseando hasta llegar a la Calle Judía. Esta calle era parte del gueto judío que tuvo la ciudad desde la Edad Media hasta la Segunda Guerra Mundial.


Si nos fijamos un poco en el suelo de esta calle, nos encontramos con unas placas que brillan. Son memoriales de las víctimas del Holocausto y cada placa está en un lugar concreto, cerca de la casa en la que la persona memorada vivía.


¡Casas de colores! Ver la vida, color mariposa.



Este edificio me pareció curioso, el Wasserturm. Además de tener una planta circular, cuando fue construida tenía un sistema que hacía que el agua circulara por dentro del edificio, haciendo tributo a su nombre. Desde hace unos años es uno de los edificios más aclamados por la gente para vivir en él. No entiendo quién querría vivir en una casa circular, pero bueno. ¿Cómo cuelgas un cuadro? Y, ¿cómo consigues encajar un mueble sin que queden oquedades? Supongo que tendrán que ir a un IKEA de iglús para amueblarlo.


Por la cantidad de judíos que vivían en Worms durante la Edad Media y la época del gueto, no es de extrañar que el cementerio judío más grande de Europa se encuentre aquí. Se encuentra en perfecto estado ya que no fue destruido durante La Guerra.


Hoy en día judíos de todo el mundo se hacen un hueco para visitar el cementerio. La razón principal es que en la religión judía la muerte de una persona es sentida por todos, porque entienden que todos los miembros de su religión son su familia. Así que dejan una piedra en la lápida de esta persona para mostrar su pésame y escriben una nota porque sienten que se trata de un antiguo familiar suyo. Las más populares del cementerio son las de Raschi y su esposa.
 

Otra vez de paseo, me encontré una fuente que me gustó mucho.


Al ser una ciudad con rasgos medievales, hubo un tiempo en el que estuvo rodeada de una muralla. Una de las entradas se mantiene intacta.


Un poco más de conocimientos históricos sobre Worms en el Museo St. Andreasstift.



La catedral de Worms, preciosa por dentro. A mi madre le hubiera encantado, con lo que le gustan las iglesias por dentro. Características góticas a cascoporro.


Por si no os habéis dado cuenta, soy esa persona diminuta que está abajo a la derecha. De nada.


Una oportunidad para visitar a una amiga que no veía desde hacía años y conocer una nueva ciudad a la que prometí volver para acabar de verla.

Ahora se explica mejor por qué me dormí a la mañana siguiente, ¿verdad? Vale, admito que hice mal en prometerme que solo serían 5 minutos más antes de coger un vuelo a Varsovia, pero estos dos días agotadores en Worms tampoco ayudaron.

Auf Wiederschreiben!

miércoles, 23 de octubre de 2013

Viaje improvisado a Varsovia (parte III)

Durante el tour del sábado la guía nos recomendó visitar el Castillo Real por dentro, ya que los domingos la entrada era gratis. Todo lo que lleve esa palabra nos gusta. Pues bien, el domingo por la mañana volvimos a cruzar el Paseo de los Reyes hasta llegar desde el hostal hasta allí.

Nos lo recorrimos entero y era imposible no sentirse como una de esas princesas del siglo XVI con vestidos pomposos y peinados artísticos. Las escaleras tampoco evitaban esta sensación.

Todas y cada una de las habitaciones tenían una decoración preciosa en la que no faltaban oro y colores claros y alegres. Segismundo III no se quedaba atrás en cuanto a lujos. Hasta tuvimos la suerte de presenciar un baile con música y animadores vestidos de época. Ejem, esta foto... ¡llevaba un jersey con flecos, estaba obligada a hacerla!


Después de la visita al castillo decidimos volver a algunos puntos en los que habíamos estado el día anterior para verlos con más tranquilidad y sacarnos más fotos. Y por el camino, ¡tarán! Nos encontramos con bailarines vestidos de trajes típicos de cada zona de Polonia. Resulta que había una actuación esa misma tarde y todos se habían reunido en la plaza Zamkowy para enseñar pasos de baile tradicionales a los turistas que se les acercaban, promocionar su región entre los demás polacos o simplemente para dejarse hacer fotos.


Lamentablemente, no pudimos asistir a la actuación porque teníamos planeado hacer otro tour sobre la Varsovia judía. Pero no sin antes coger fuerzas para la caminata que nos esperaba. Así que decidimos comer en un puesto que nos pillaba cerca y tenían algo llamado "metro" que tenía buena pinta. No estaba mal.


Y no podíamos quedarnos sin haber probado un helado varsoviano, bastante distinto y más consistente (claro, es que sino es imposible que aguante con esa forma) que los que acostumbro a comer allá por Donostia-San Sebastián en Semana Grande. Que digo yo, que en Polonia los helados no se derretirán con el frío que hace, ¿oder?


Un caprichito que teníamos y que nos dejó heladas. Una foto decente, y a conocer la Varsovia judía.


El recorrido fue interesante siempre que la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto sean temas de vuestro interés. El guía no tenía el mismo salero que Agnes, pero tampoco me disgustó, las historias que iba contando me gustaron.

En mi viaje a Berlin el verano pasado (saludos a los de Letras) visitamos un campo de concentración llamado Sachsenhausen, en Oranienburg. Es una experiencia que impacta, pero me entró muchísima curiosidad por saber más de lo que pasó durante aquel periodo oscuro de la historia europea. Y, por supuesto, ganas de visitar el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau.

Durante el recorrido nos paramos varias veces en los monumentos que se extienden por toda la ciudad. No os puedo explicar cada uno de ellos, pero os contaré la historia de la Varsovia judía por encima.

Cuando los judíos, que en su mayoría eran gente mercandera, empezaron a moverse por Europa, países como España, Portugal o Francia no les permitían quedarse en su territorio, mientras que Alemania o Polonia sí (este último aún no era independiente).

Es por eso que justamente en estos sitios era donde había y sigue habiendo más judíos que en el resto de Europa. Pero con el paso del tiempo la sociedad los empezó a mirar con desprecio por los prejuicios, como que eran más ricos (mientras que en la realidad eran más pobres) o que les quitaban puestos de trabajo a los ciudadanos polacos. Esto desencadenó en la construcción de un gueto en medio de la ciudad, una zona en la que solo vivirían judíos y tendrían su "paraíso cultural". Todo mentira. La verdadera intención de la ciudad era mantenerlos a todos aislados en condiciones pésimas hasta que muriesen por "causas naturales". Construyeron una barrera alrededor del gueto y pusieron controles en las entradas. Nadie podría salir, y todo lo que entraba se racionaba, como la comida. Engañados por las autoridades polacas, algo menos que medio millón de judíos de Varsovia y alrededores fueron "animados" a mudarse al gueto.

Ya cuando los Nazis alemanes llegaron a Varsovia, comenzaron las deportaciones desde el gueto al campo de concentración de Treblinka. Lo que sigue creo que todos lo sabemos. Verdaderamente triste.

Pero para haber sombra también ha de haber sol, y a mí me gusta mirar hacia el sol. Hay un personaje del gueto que personalmente me parece heroico, así que os hablaré de ella. Se llamaba Irena Sendler (acabo de descubrir en mi fase de documentación que nació un día después del día de mi cumpleaños. No en el mismo año, lógicamente, no soy tan vieja a pesar de estar cerca de mis 20 tacos. Pero Maialen se alegrará de saber que se trata de su día de cumpleaños. Realmente komisch). En los años del gueto Irena trabajaba como ayudante de médico. Cruzaba el muro casi cada día para atender a los judíos enfermos, lo cual quiso aprovechar para hacer un acto verdaderamente valiente: pedía a padres judíos llevarse a sus hijos en sus cajas llenas de "medicina" para salvarlos de la Solución Final, que tarde o temprano acabaría llegándoles. Llegó a salvar a 2.500 niños y tiene todo mi respeto y aprecio. Admirable.

Después de una lección de historia, acabamos la tarde cenando un plato tradicional polaco que ES OBLIGATORIO probar si vais: Pierogi. Googleadlo.

La última mañana la pasamos en un parque gigantesco en medio de la ciudad dedicada a Chopin, el compositor polaco que la mayoría de la gente piensa que era francés. Pues no, polaco de padre francés. En su memoria hay bancos en cada lugar significativo de su vida y cada uno de ellos reproduce una de sus composiciones. Como veis en la foto, me gusta saltxear.


Momento culto e inteligente escuchando música de "Xopen" (hay que decirlo con acento francés para sonar culto, dato importante).


Y lo más xalau que he visto en mi vida: ¡una ardilla! El parque estaba lleno de ellas, árbol que mirabas, ardilla que veías. El Parque Lazienkowski.


No os olvidéis de llevar nueces, porque te puedes ir acercando a las ardillas poco a poco con una nuez en la mano y ellas se te van acercando con desconfianza hasta que huelen la nuez y se la llevan de tu mano o la comen directamente. Se nos olvidó comprar nueces, así que cogimos castañas del suelo. Pero la ardilla fue lista y se dio cuenta de que no era una nuez, así que la olió y dijo, "esta me quiere timar, me largo". Esto lo he traducido del libro "Ardi ardi arderen" de Kronk (¿No habéis visto "El emperador y sus locuras"?).


Pero toda una experiencia el haber tenido a mi animal favorito tan cerca.

Además de la parte histórica, cultural y gastronómica del viaje, no nos podíamos quedar sin salir por allí algún día y conocer un poco el ambiente nocturno varsoviano. Nos lo pasamos más que bien, no hace falta dar más detalle.


Incluida la ocasión de haber encontrado un pub en el que las chicas tenían barra libre hasta las 3. Gracias a un polaco que, al escucharnos, decidió practicar su español y nos recomendó el sitio. No more details. Más que bien.

Los cuatro días que estuvimos por Varsovia no dieron para mucho más, así que nos quedamos con ganas de perdernos por Cracovia y visitar el campo de concentración Auschwitz-Birkenau, un must en mi lista de sitios que visitar en la vida. Pero tampoco nos privamos de hacernos con los mapas, guías y folletos sobre Cracovia que se podían coger en la oficina de información de Varsovia. Los pondré a buen recaudo para planear mi próximo viaje.

También nos trajimos un recuerdo low cost.


Y no dudéis en contactar conmigo si necesitáis consejo de qué ver y probar en Varsovia. 

Gracias a Cristina por cederme algunas fotos del viaje: como dije una vez, no soy la fotógrafa del grupo.

Auf Wiederschreiben!

martes, 22 de octubre de 2013

Viaje improvisado a Varsovia (parte II)

El segundo día decidimos visitar la Ciudad Vieja en profundidad: nos unimos a una visita guiada. Curiosamente, el Casco Viejo de la ciudad (siglo XIII) está incluida en la Lista Mundial del Patrimonio de la UNESCO debido a que, después de ser destruida completamente durante la Segunda Guerra Mundial, todo haya sido reconstruido al detalle y respetando su aspecto original.

Para llegar al punto de encuentro tuvimos que andar por el famoso Paseo de los Reyes. Os recomiendo recorréroslo con tiempo para mirar las muchas tiendas curiosas que hay, como una en la que, además de vender caramelos, ¡los iban haciendo al momento! Todavía sigo preguntándome cómo conseguían dibujar una figura perfecta de una piña dentro de algunos caramelos. Impresionante.

También podéis degustar la cocina polaca o de cualquier parte del mundo, en verdad, hay un montón de restaurantes donde elegir. O ir haciendo paradas en los edificios y palacios históricos que os encontréis. Sí, es una avenida larguísima.

Pues nada, foto en grupo al pasar por la Universidad de Varsovia, que estaría repleta de estudiantes Erasmus como nosotros.


Una versión close-up de la foto, muchas gracias señora polaca que ¡entendía inglés!


Verdaderamente era un problema comunicarnos con la gente para preguntar direcciones o simplemente  comprar billetes de tren o autobús. Muy poca gente hablaba inglés. Puestos a criticar a los polacos, aunque siempre hay excepciones, nos dio la impresión de que la gente era fría y borde. Será un rasgo cultural o de su historia comunista. También me di cuenta de que la gente más maja y abierta era la que sabía inglés. De locos.

Que me enrollo. El punto de encuentro, y también el primer stop, fue la Columna del Rey Segismundo III, que se encuentra en medio de la plaza Zamkowy. Digamos que esta plaza es la entrada al Casco Antiguo. Es preciosa como veréis.



Desde luego la plaza goza de unas vistas espectaculares al Castillo Real (edificio rosa, para que nos entendamos) y las afueras de la ciudad Y más aún con el cielo azul y soleado que nos tocó (pero seguía haciendo frío, sin emocionarnos gente).


¿Por qué sería el tal Segismundo tan importante como para merecerse una columna en medio de esta plaza? Fue lo primero que nos explicó Agnieszka, la guía. Agnes para los turistas extranjeros. Era tan maja y graciosa que decidí ponerle su nombre al "llavero matrioska" que me compré como recuerdo.

La verdad, no sé si se lo merecía, pero fue un personaje cómico en la historia de Polonia. Ahora os explico el porqué. Allá por el siglo XV la dinastía que reinaba en Polonia acabó. En aquel momento el reino contaba con un sistema político ligeramente democrático en el que los aristócratas se reunían para tomar decisiones importantes, como la elección de un nuevo rey. Esta vez querían elegir al mejor entre candidatos de todo el mundo, que técnicamente ese "todo el mundo" se reducía a Europa. Casualmente, en la Suecia protestante el primero en la línea de sucesión al trono sueco era católico, algo que Suecia no le permitía. Así que Polonia lo eligió como mejor candidato, convirtiéndolo en Segismundo III, Rey de Polonia. Por aquel entonces la capital polaca era Cracovia, al sur del país, así que Seguismundo se mudó a su palacio.

Hasta aquí todo bien o incluso aburrido, pero ahora es cuando se pone interesante. Resulta que este hombre también tenía afición por las ciencias y pidió construir un laboratorio para experimentos en el palacio. Un día que estaba experimentando para conseguir la fórmula de la piedra filosofal (ajá, te hemos pillado J.K. Rowling, ya te sabías esta historia de antes. Lo siento, pero es escuchar "la piedra filosofal" y automáticamente acordarme de Harry Potter), ¡hizo explotar el laboratorio y el palacio entero ardió!

Como ya no podía vivir en su precioso palacio, se mudó a otro palacio de Varsovia. Claro, con lo importante que era el Rey, no podía estar tan lejos de la capital (ironía sobre su carácter caprichoso y ególatra). ¿Solución que se le ocurrió? ¡People, movamos la capital! Y es por Segismundo III y sus caprichos que hoy la capital de Polonia es Varsovia.

Recorrimos las calles de la Parte Vieja mientras nos fijábamos en los encantos y detalles de cada rincón. Y lo colorido que era todo.


Próxima parada: La Campana de los Deseos (Canonjía). Esta campana fue fundida hace más de cuatrocientos años y fue destruida durante la Segunda Guerra Mundial. Se tuvo la suerte de que cuando la Guerra acabó, se encontraron todas y cada una de sus partes, así que se volvió a fundir y es ahora símbolo de buena suerte.


Es habitual que la gente la toque y pida un deseo pequeñito. Si el deseo es más grande, hay que dar una vuelta a la campana sin dejar de tocarla. Si somos ambiciosos y se trata de un deseo más grande, se da la vuelta a la pata coja. Fui ambiciosa, aunque no puedo decir lo que pedí porque anularía la magia de la campana.


En medio del tour coincidimos con un desfile en apoyo al cácer de mama. Todo estaba lleno de globos de color rosa y gente disfrazada. Noch einmal, fotaca de Cristina.


Pasamos por la casa en la que Marie Curie nació. Por si no lo sabíais, era polaca y su verdadero nombre era María Sklodowska, aunque pasó la mayor parte de su vida en París junto a su marido Pierre Curie, también científico. Agnes nos explicó que fue una familia de Nobeles: dos para Marie Curie, uno para Pierre Curie y otro para una de sus hijas. La otra hija era escritora y no consiguió Premio Nobel, pero oye, se casó con un Premio Nobel, no era tonta la muchacha. A falta de premio, bueno es marido con Nobel.


Vimos parte de la muralla que rodeaba la ciudad, aunque no consiguó salvarla del ataque de los alemanes y los rusos al mismo tiempo.


Y por último, entre otros puntos que no he mencionado pero que fueron igual de interesantes, Las Tres Mujeres Desnudas. Son tres estatuas que en un principio fueron pensadas para la entrada del Palacio de Justicia, pero los mandatarios religiosos dijeron que estaban completamente desnudas. Así que el arquitecto rehízo los planos para que quedaran en la parte trasera cumpliendo la función de columnas. Sinceramente, me recuerdan a las cariátides del templo griego Erecteion. Pero son chulas. Ahí estamos las dreamgirls.



En la última parte más sobre nuestras aventuras y desventuras, no os la perdáis.

Auf Wiederschreiben!

domingo, 20 de octubre de 2013

Viaje improvisado a Varsovia (parte I)

Un día cualquiera en el que se nos ocurrió empezar a mirar precios de vuelos desde el aeropuerto de Frankfurt-Hahn (HHN), operado por el famoso Ryanair. La cosa estuvo entre Oslo y Varsovia, y al final nos decantamos por el segundo. ¡Por qué no! Había que aprovechar las dos semanas de vacaciones entre el curso intensivo de alemán y el comienzo de las clases en la universidad. No tardamos en comprar los billetes y empezar a mentalizarnos de que estábamos a puto de pasar cuatro días en la capital polaca.

El día del vuelo estaba previsto que nos reuniéramos a las 7:30 de la mañana para andar con tranquilidad y tener un margen de errores como perder el autobús o hacer cola. Pero en nuestro planning no figuraba el hecho de que nos durmiéramos aquella mañana. Empezamos mal. Nuestro bus al aeropuerto salía a las 8:20 desde el Hauptbahnhof y teníamos que llegar a tiempo. Fue a las 7:55 cuando noté que me estaban tocando la puerta. Miré el móvil y no supe reaccionar hasta que la abrí y vi a Maialen desesperada. ¡Por Dios, en la vida me he dormido! ¡En la vida! Maialen me sigue diciendo que nunca se le va a olvidar mi cara cuando la vi. Me sentí un poco aliviada por haber preparado la maleta y toda la documentación la noche anterior. Con la habitación como una leonera por las prisas (la tuve que recoger y limpiar cuando volvimos, menos mal que mis compañeros de piso no la vieron) y con una caja de cereales Honey Pops en brazos (hay que hacerle caso al envoltorio, "Kellogg's und der Tag kann kommen"), salí corriendo hacia la estación, donde me esperaban las demás, que, para colmo, se habían dormido todas menos Maialen. Prefiero no recordar aquel descuido.

Milagrosamente, y fue realmente un milagro, conseguimos llegar puntuales al autobús. Después de unas horas de espera en el aeropuerto y, por qué no decirlo, cagarnos vivas en la cola por pensar que no llegábamos, sin contar la humillación de tener que quitarme las botas al pasar la aduana porque me pitaban. En fin, que en el viaje de vuelta quise anticiparme a tal humillación y me quité las botas antes de pasar por el chequeo. Supongo que el precio de los billetes lo compensaba.

Y así llegamos, un 4 de octubre, a pisar tierra polaca por primera vez en nuestras vidas. ¡Miradnos qué felices de la vida! La contradicción entre los abrigos y las bufandas y el sol reluciente que ni nos dejaba abrir los ojos para la foto. Un frío que pelaba.


Y lo primero que había que hacer al llegar, además de aplaudir (sí, cada vez que un vuelo de Ryanair aterriza según la hora prevista, es obligatorio aplaudir, algo que aprendí la primera vez que volé con la compañía. Irónico. Y no os perdáis el tono de esta celebración), es cambiar de unidad monetaria. Yo, perdón por mi ignorancia, que pensaba que Polonia, al estar en la Unión Europea desde 2004, también tendría el Euro. Pero no, tienen moneda propia: el Zloty. Os conviene saber si alguna vez vais a Polonia que cuando se cambia el dinero una se siente rica, porque una moneda de Euro equivale a unas 4 monedas de Zloty. Haced cuentas.


Ya estábamos en Polonia y ya teníamos nuestro dinero. Nos desplazamos en tren hasta el centro de Varsovia mientras nos dábamos cuenta cómo el paisaje cambiaba del campo a la zona metropolitana de la capital. Digamos que mi primera impresión fue algo como "Aiamatxi! Pero si estamos en Nueva York".


Me encanta el contraste entre lo cosmopolitan que era el centro de la ciudad y los tranvías tan antiguos. Fotaca de Cristina.

No os contaré las caminatas hasta encontrar el punto de información y el albergue (sí, nada de hotel de lujo, a lo barato y precario: albergue). Pero por el camino me convertí en sirena. El día siguiente descubriría su significado gracias a la visita guiada.


Resulta que igual que Roma tiene el mito de Rómulo y Remo, existen Las Sirenitas de Varsovia, de ahí que la sirena sea un icono entre muchos de la ciudad. Incluso aparece en el escudo de la capital.

Dice la leyenda que una vez una sirena salió del agua para descansar en el Casco Viejo y le gustó tanto que decidió quedarse ahí. Los pescadores de entonces se dieron cuenta de que alguien les agitaba las aguas o enredaban sus redes, así que decidieron capturar al culpable. Pero al oír el precioso canto de la sirena, se enamoraron perdidamente de la mitad mujer mitad pez y dejaron de hacer su trabajo para escucharla cada tarde. Un día un mercader vio a la sirena y le pareció tan hermosa que quiso capturarla y presentarla en ferias. Y así lo hizo. Una vez en una feria, su canto llegó a uno de los pescadores y estos decidieron liberar a su princesa. La sirena, como prueba de agradecimiento, les prometió que sería su defensora cuando lo necesitaran. La sirena sería la protectora de la ciudad de Varsovia.

Así, la más famosa entre las muchas estatuas de sirenitas que se pueden ver por las plazas, parques y fachadas, es la de la Plaza del Mercado de la Ciudad Vieja. Lamentablemente, cuando nosotros estuvimos muchos puntos de la ciudad estaban de obras, así que os tendréis que conformar con mi foto de sirenita.

Lo curioso de la historia es que la sirena se llamaba Sawe y el hombre que la rescató Warsz, y si se juntan ambos nombres sale Warszsawe. Warszawa, que es como se llama la ciudad en polaco. Es un detalle interesante.

Ya nos habíamos asentado en la so-called Warszawa, así que decidimos aprovechar la primera tarde para explorar lo que acabaríamos llamando "zona Rockefeller", por el parecido entre ambos edificios. Así es como te encuentras con un "paso de piano" o con la oportunidad de subir arriba del todo del Rockefeller polaco y ver toda Varsovia desde el piso número 31.




La verdad es que las vistas eran espectaculares y mereció la pena. Además, tuvimos la suerte de pagar menos por la entrada porque conseguimos juntar a diez personas completamente random para conseguir la entrada de grupo, que salía más barata. Gajes de ser Erasmus, que la persona más formal acaba "cogiendo prestados" cubiertos de la Mensa. Hasta se han visto casos de llegar a robar bandejas o cojines, amigos. Escalofriante.

Aunque todo esto no sin antes haber pasado por los subterráneos que inundan la ciudad. Lógico teniendo en cuenta el frío que hacía. Con el tiempo que hace allí en invierno yo también intentaría pasar el tiempo mínimo posible al aire libre. Hasta sospecho que se puede recorrer casi todo el centro y más por ellos. Cool.

Hora de la cena. En Polonia. ¿Pero qué demonios comemos? Pues comida típica polaca, por supuesto. Último vistazo al Rockefeller polaco iluminado de rosa y a cenar que nos fuimos.


Os presento a Gulasz, delicioso. Lo desconocido que era la comida polaca para nosotros hasta ese día y lo bien que acabamos comiendo durante el viaje.


Acabamos el día sentadas tranquilamente en un bar de Nowy Swiat, una avenida de la que tendríamos que volver a pasar pronto a la mañana siguiente para empezar a conocer la historia de Varsovia y sus encantos. Yo ya estaba contenta de haberme hecho con un gorro para no pasar tanto frío.


Auf Wiederschreiben!