En un lugar de ensueño...

domingo, 20 de octubre de 2013

Viaje improvisado a Varsovia (parte I)

Un día cualquiera en el que se nos ocurrió empezar a mirar precios de vuelos desde el aeropuerto de Frankfurt-Hahn (HHN), operado por el famoso Ryanair. La cosa estuvo entre Oslo y Varsovia, y al final nos decantamos por el segundo. ¡Por qué no! Había que aprovechar las dos semanas de vacaciones entre el curso intensivo de alemán y el comienzo de las clases en la universidad. No tardamos en comprar los billetes y empezar a mentalizarnos de que estábamos a puto de pasar cuatro días en la capital polaca.

El día del vuelo estaba previsto que nos reuniéramos a las 7:30 de la mañana para andar con tranquilidad y tener un margen de errores como perder el autobús o hacer cola. Pero en nuestro planning no figuraba el hecho de que nos durmiéramos aquella mañana. Empezamos mal. Nuestro bus al aeropuerto salía a las 8:20 desde el Hauptbahnhof y teníamos que llegar a tiempo. Fue a las 7:55 cuando noté que me estaban tocando la puerta. Miré el móvil y no supe reaccionar hasta que la abrí y vi a Maialen desesperada. ¡Por Dios, en la vida me he dormido! ¡En la vida! Maialen me sigue diciendo que nunca se le va a olvidar mi cara cuando la vi. Me sentí un poco aliviada por haber preparado la maleta y toda la documentación la noche anterior. Con la habitación como una leonera por las prisas (la tuve que recoger y limpiar cuando volvimos, menos mal que mis compañeros de piso no la vieron) y con una caja de cereales Honey Pops en brazos (hay que hacerle caso al envoltorio, "Kellogg's und der Tag kann kommen"), salí corriendo hacia la estación, donde me esperaban las demás, que, para colmo, se habían dormido todas menos Maialen. Prefiero no recordar aquel descuido.

Milagrosamente, y fue realmente un milagro, conseguimos llegar puntuales al autobús. Después de unas horas de espera en el aeropuerto y, por qué no decirlo, cagarnos vivas en la cola por pensar que no llegábamos, sin contar la humillación de tener que quitarme las botas al pasar la aduana porque me pitaban. En fin, que en el viaje de vuelta quise anticiparme a tal humillación y me quité las botas antes de pasar por el chequeo. Supongo que el precio de los billetes lo compensaba.

Y así llegamos, un 4 de octubre, a pisar tierra polaca por primera vez en nuestras vidas. ¡Miradnos qué felices de la vida! La contradicción entre los abrigos y las bufandas y el sol reluciente que ni nos dejaba abrir los ojos para la foto. Un frío que pelaba.


Y lo primero que había que hacer al llegar, además de aplaudir (sí, cada vez que un vuelo de Ryanair aterriza según la hora prevista, es obligatorio aplaudir, algo que aprendí la primera vez que volé con la compañía. Irónico. Y no os perdáis el tono de esta celebración), es cambiar de unidad monetaria. Yo, perdón por mi ignorancia, que pensaba que Polonia, al estar en la Unión Europea desde 2004, también tendría el Euro. Pero no, tienen moneda propia: el Zloty. Os conviene saber si alguna vez vais a Polonia que cuando se cambia el dinero una se siente rica, porque una moneda de Euro equivale a unas 4 monedas de Zloty. Haced cuentas.


Ya estábamos en Polonia y ya teníamos nuestro dinero. Nos desplazamos en tren hasta el centro de Varsovia mientras nos dábamos cuenta cómo el paisaje cambiaba del campo a la zona metropolitana de la capital. Digamos que mi primera impresión fue algo como "Aiamatxi! Pero si estamos en Nueva York".


Me encanta el contraste entre lo cosmopolitan que era el centro de la ciudad y los tranvías tan antiguos. Fotaca de Cristina.

No os contaré las caminatas hasta encontrar el punto de información y el albergue (sí, nada de hotel de lujo, a lo barato y precario: albergue). Pero por el camino me convertí en sirena. El día siguiente descubriría su significado gracias a la visita guiada.


Resulta que igual que Roma tiene el mito de Rómulo y Remo, existen Las Sirenitas de Varsovia, de ahí que la sirena sea un icono entre muchos de la ciudad. Incluso aparece en el escudo de la capital.

Dice la leyenda que una vez una sirena salió del agua para descansar en el Casco Viejo y le gustó tanto que decidió quedarse ahí. Los pescadores de entonces se dieron cuenta de que alguien les agitaba las aguas o enredaban sus redes, así que decidieron capturar al culpable. Pero al oír el precioso canto de la sirena, se enamoraron perdidamente de la mitad mujer mitad pez y dejaron de hacer su trabajo para escucharla cada tarde. Un día un mercader vio a la sirena y le pareció tan hermosa que quiso capturarla y presentarla en ferias. Y así lo hizo. Una vez en una feria, su canto llegó a uno de los pescadores y estos decidieron liberar a su princesa. La sirena, como prueba de agradecimiento, les prometió que sería su defensora cuando lo necesitaran. La sirena sería la protectora de la ciudad de Varsovia.

Así, la más famosa entre las muchas estatuas de sirenitas que se pueden ver por las plazas, parques y fachadas, es la de la Plaza del Mercado de la Ciudad Vieja. Lamentablemente, cuando nosotros estuvimos muchos puntos de la ciudad estaban de obras, así que os tendréis que conformar con mi foto de sirenita.

Lo curioso de la historia es que la sirena se llamaba Sawe y el hombre que la rescató Warsz, y si se juntan ambos nombres sale Warszsawe. Warszawa, que es como se llama la ciudad en polaco. Es un detalle interesante.

Ya nos habíamos asentado en la so-called Warszawa, así que decidimos aprovechar la primera tarde para explorar lo que acabaríamos llamando "zona Rockefeller", por el parecido entre ambos edificios. Así es como te encuentras con un "paso de piano" o con la oportunidad de subir arriba del todo del Rockefeller polaco y ver toda Varsovia desde el piso número 31.




La verdad es que las vistas eran espectaculares y mereció la pena. Además, tuvimos la suerte de pagar menos por la entrada porque conseguimos juntar a diez personas completamente random para conseguir la entrada de grupo, que salía más barata. Gajes de ser Erasmus, que la persona más formal acaba "cogiendo prestados" cubiertos de la Mensa. Hasta se han visto casos de llegar a robar bandejas o cojines, amigos. Escalofriante.

Aunque todo esto no sin antes haber pasado por los subterráneos que inundan la ciudad. Lógico teniendo en cuenta el frío que hacía. Con el tiempo que hace allí en invierno yo también intentaría pasar el tiempo mínimo posible al aire libre. Hasta sospecho que se puede recorrer casi todo el centro y más por ellos. Cool.

Hora de la cena. En Polonia. ¿Pero qué demonios comemos? Pues comida típica polaca, por supuesto. Último vistazo al Rockefeller polaco iluminado de rosa y a cenar que nos fuimos.


Os presento a Gulasz, delicioso. Lo desconocido que era la comida polaca para nosotros hasta ese día y lo bien que acabamos comiendo durante el viaje.


Acabamos el día sentadas tranquilamente en un bar de Nowy Swiat, una avenida de la que tendríamos que volver a pasar pronto a la mañana siguiente para empezar a conocer la historia de Varsovia y sus encantos. Yo ya estaba contenta de haberme hecho con un gorro para no pasar tanto frío.


Auf Wiederschreiben!

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